LA CAÍDA DE UN BUFÓN

Escrito por Recibimos y publicamos en la sección Política.

Publicado el 05/05/2019 13:00:36
LA CAÍDA DE UN BUFÓN

Por Eduardo Portela

Durante demasiado tiempo los uruguayos hemos tenido que aguantarnos la fábula -una fábula es un relato protagonizado por animales o cosas a las que se les atribuyen características humanas aun sabiendo que ello es una ficción imposible- del Mujica filósofo, pensador y referente, del Mujica Premio Nobel, del Mujica Kusturica Rock Star y del Mujica de la larga noche. Hemos tenido que soportar sus ínfulas de sabelotodo-héroe-más-allá-del-bien-y-el-mal, sus desplantes, sus guarangadas y sus ordinarieces. Hemos debido tolerar sus tomaduras de pelo a propios y ajenos tanto como sus frases cargadas de ignorancia disfrazadas de sabiduría trascendente. Nos hemos visto obligados a hacer oídos sordos a sus palabras necias y a los aplausos de ignorantes, repetidos y amplificados por los serviles medios que lo ensalzan. Hemos debido padecer sus manipulaciones y los resultados y derivaciones de su nefasta incidencia, de sus mentiras y de sus siniestras intenciones chavistas –que no bolivarianas- de hacer de América Latina un narcoestado marihuanero y cocainómano. Estamos sufriendo –y por mucho tiempo más lo haremos- las consecuencias de su deliberado propósito de inculcar antivalores y lograr un pueblo analfabeto y motochorro. Nos hemos visto obligados a tratar de digerir, con un titánico e infructuoso esfuerzo, que nos roben, esquilmen, expropien, hagan negocios, se enriquezcan a ojos vistas, viajen por todo el mundo en primera, (sobre todo a Venezuela llevando patos y aires frescos), mientras le mienten a la gente que es “por el bienestar del pueblo”. Hemos debido resignarnos a muchísimas cosas más, hasta a su falta de higiene y decoro paseada por el mundo entero, mocos incluidos. Pero por sobre todo, nos hemos visto sometidos a la vergüenza de que alrededor del mundo nos identifiquen con él, con su “filosofía de vida” y con su herencia. Y con sus definiciones de “vagos y atorrantes” que según él somos los uruguayos. Se ha puesto a prueba nuestro temple y estoicidad, (la capacidad de permanecer impasible ante la desgracia e infortunio), cuando alrededor del mundo festejaban sus chantadas y ocurrencias como si fuera Gardener, el héroe de “Desde el Jardín”, cuyas banalidades y disparates sin fundamento se tomaban por máximas de la sabiduría. Pero no hay mal que dure cien años ni populismo que dure quince, de modo que todo se acaba. Hasta la imagen cuidadosamente construida del personaje del Pepe. Una imagen que empezó con “el diputado de la motoneta” que los medios –cholula e ingenuamente- contribuyeron a crear haciéndose funcionales a esta suerte de “Chuky” de la política creado por Lucía Topolansky a punto de partida de un rapiñero común devenido en revolucionario por conveniencia, imagen apuntalada luego por ejércitos de amanuenses y mercenarios publicistas, cineastas, periodistas y escritores que le fueron dando forma a “el presidente más pobre del mundo”. Pero como dicen los publicistas, un candidato o un político no se pueden vender como un jabón: los políticos hablan. Y tarde o temprano muestran la hilacha. Enceguecidos por su soberbia, convencidos de su grandeza y de su inalcanzable superioridad, seguros de que sus prácticas demagógicas seguirán rindiendo frutos, (la demagogia consiste en decir cosas que se sabe no son ciertas a gente que se cree que son idiotas), terminan por dejar salir en palabras lo que verdadera e íntimamente piensan y sienten. Lo que han pensado siempre: que al que piensa distinto hay que eliminarlo y que los únicos que realmente cuentan son ellos. Son ya demasiadas las veces que el personaje del Pepe se ha ido de boca. Empujando la línea de la paciencia y la ignorancia que ha pretendido instalar en la gente ha sobrepasado los límites hasta del sentido común. Hasta que finalmente, primero el mundo,  que repudia sus palabras y actitudes, y de a poco los uruguayos que empiezan a sacudirse la modorra de esta hipnosis populista, se dan cuenta que el personaje se desbarranca, Y se dan cuenta que no era un viejito sabio y bueno de tintes chamánicos, ni un bienintencionado revolucionario con una historia heroica, ni el presidente más honesto y pobre del mundo, ni ninguna de las otras facetas de que lo quisieron adornar sino un tipo incapaz de saltar de su propia sombra, un rapiñero que se robó los sueños de todo un país, un totalitario que añora la chaqueta de Chávez y los negocios de los K más que los abrazos de Lula. Un bufón que nos tuvo a cuentos sesenta años y que –final e irreversiblemente- se cae.

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